“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”, Isaías 9.6.
El espíritu de la sociedad cambia al acercarse la Navidad. Vemos las luces, los adornos, la publicidad; oímos los villancicos, los saludos alegres, y la emoción de los compradores; nuestros corazones se animan y sentimos bondad, generosidad y amor al reunirnos con familiares y amigos para compartir esta maravillosa época del año.
En Navidad se le da mucha atención a los regalos, y los que recuerdan el mensaje bíblico sobre el nacimiento de Cristo los asocian con los tres regalos que los magos le trajeron al Señor Jesús. Sin embargo, cuando consideramos lo de “dar” en la historia de la Navidad, Isaías nos recuerda que no se trata de los regalos que le dieron a Jesús, sino más bien del regalo supremo que nos ha sido dado a nosotros.
Muchos celebran el “niño [que] nos es nacido”, pero el verdadero significado y valor de la Navidad está en el “Hijo [que] nos es dado”. El Niño fue aquel bebé en el pesebre hace 2000 años, el eterno Dios que tomó forma de hombre. Pero el eterno Hijo fue el sacrificio perfecto por el pecado, el regalo de Dios que es vida eterna y la única manera en que los hombres pueden ser salvos. Su nombre mismo, Jesús, significa “salvación de Dios”, y el ángel anunció que Jesús salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1.21). Él era –y siempre será– el único ser humano que siempre agradó a Dios en todas las cosas.
Juan nos dice que “en esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él”, 1 Juan 4.9. Este es el mejor regalo que jamás haya sido dado, y fue con el propósito de que Dios, por medio de la muerte sustitutoria de su Hijo, salvara a todo aquel que cree en Él. No hay buena obra u ofrenda que jamás podamos añadir para satisfacer a Dios y así ganarnos o merecernos el cielo. Dios completó la obra Él solo, para que en Cristo tengamos “redención por su sangre, el perdón de pecados”, Efesios 1.7.
Acepte el grandioso regalo de Dios y asegúrese así de tener la vida eterna.
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