El verdadero libertador

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Después de varios meses de batallas contra los realistas españoles, Simón Bolívar entró victorioso a Caracas en agosto de 1813. Allí recibió el título de “El Libertador” el 14 de octubre del mismo año, en reconocimiento a su indiscutible triunfo en la llamada Campaña Admirable. Pocos meses después, el 2 de enero de 1814, el Libertador dio un discurso frente a la Asamblea Nacional y, recordando todo lo que sufrió durante sus batallas en Nueva Granada y Venezuela, dijo: “Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba a un destino más honroso: derramar mi sangre por la libertad de mi patria”.

¡Qué gran héroe! Estuvo dispuesto a sacrificar su propia vida para darles libertad a los oprimidos. Sin embargo, la libertad conquistada con esa campaña no duró mucho. Las fuerzas realistas se reagruparon y siguieron luchando contra los patriotas, y más o menos un año después Venezuela estaba nuevamente bajo el yugo español. No fue sino hasta 1821, con la batalla de Carabobo, que Bolívar pudo finalmente conquistar la libertad que ha perdurado desde entonces.

Mucho antes que Bolívar viviera, hubo Uno que vino al mundo para traer una libertad aún más grande. Se trata del Señor Jesucristo. Un día Él se levantó a leer algo que había sido escrito muchos años antes de su nacimiento. Ante la mirada atenta de los que le rodeaban, leyó estas palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos… a poner en libertad a los oprimidos”, Lucas 4.18. Y cuando terminó de leer, se sentó y dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”, Lucas 4.21.

Pero, ¿de qué vino a librarnos el Señor Jesucristo? Pues de algo mucho peor que el dominio de otro país. Él vino para librarnos del castigo del pecado. La Biblia dice que todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23). El pecado no solo separa al ser humano de la presencia de Dios, sino que además lo lleva a una eternidad de condenación. Esa es la peor forma de cautividad, pero “si el Hijo [Jesucristo] os libertare, seréis verdaderamente libres”, Juan 8.36.

La historia nos enseña que el Libertador Simón Bolívar tuvo que luchar por muchos años para poder liberar varias naciones suramericanas del poder de España. ¿Y qué hizo el Señor Jesucristo para poder ofrecer una libertad aún más grande? Murió en la cruz por nuestros pecados. Él nunca tuvo que pelear físicamente contra enemigos humanos. Al contrario, se entregó de manera voluntaria a los que vinieron a arrestarle, y como cordero llevado al matadero, enmudeció y no abrió su boca. Después de ser acusado por falsos testigos y rechazado por los que había venido a buscar y salvar, fue sentenciando a muerte, y muerte de cruz. Fue sepultado, pero resucitó al tercer día, y ahora ofrece libertad a todo aquel que cree en Él.

Simón Bolívar estuvo dispuesto a derramar su sangre por la libertad de su país, pero afortunadamente no tuvo que hacerlo, ya que él no murió en ninguna de sus batallas. Por su parte, el Señor Jesucristo derramó su propia sangre al morir en la cruz y ahora, habiendo resucitado, ofrece libertad del castigo del pecado a todo aquel que cree en Él.

Para poder disfrutar de la libertad que el Señor Jesucristo ofrece, hay que venir a Él por fe, reconociendo que somos pecadores y que solo Él nos puede libertar
Una palabra que se usa mucho en la Biblia para hablar de esta libertad gloriosa es “redención”. En el Salmo 49.8 se nos dice que la redención de nuestras vidas “es de gran precio”, y en 1 Pedro 1.18-19 se nos recuerda que ese gran precio no fue pagado “con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”.

De manera que, aunque honramos la memoria del Libertador Simón Bolívar, damos gracias a Dios por un Libertador mucho más grande, su Hijo Jesucristo. Los que hemos nacido en cualquiera de las naciones liberadas por Bolívar, gozamos por nacimiento de la libertad que él logró con sus batallas. Pero para poder disfrutar de la libertad que el Señor Jesucristo ofrece, hay que venir a Él por fe, reconociendo que somos pecadores y que solo Él nos puede libertar. No descarte ni posponga esta oferta de libertad, porque “¿cómo escaparemos si despreciamos una salvación [o libertad] tan grande?”, Hebreos 2.3.

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